Recientemente encontré, por casualidad, en un hospital, a un pariente a quien no veía desde hace un buen rato. Y me costó trabajo reconocerlo. Es un hombre de 88 años de edad, y esperaba que un médico lo examinara por un problema en las rodillas que lo atormenta y mantiene en silla de ruedas. También sufre de complicaciones del corazón y los riñones.
Este era un hombre fuerte; y ahora es un anciano, bastante decepcionado de la vida. “Aquí estoy— me dijo— que no sé si me quedo o regreso a la casa”. Recordé viendo al antiguo hombre fuerte las palabras de un filósofo francés: “El tiempo basta para derrotarnos”.
Un optimista tal vez le hubiera dicho: “No te preocupes, que pronto saldrás de todos estos problemas y volverás a ser el mismo hombre de siempre”. Yo no le dije nada, porque aunque no soy tan viejo como él, también he sufrido en los últimos meses de graves problemas de salud. El año pasado cumplí 79 años; y hasta ese momento, mi vida había sido relativamente sana y feliz. Poco sabía de médicos ni de hospitales. Pero, precisamente, poco después de mi último cumpleaños, empezaron los problemas que no han dejado de molestarme hasta hoy.
Pero no pretendo hablarles de mi salud ni la de nadie en particular. Quiero solamente hablarles de lo que le ocurre al hombre cuando pasan los años.
Hablo de manera general. La juventud (que vamos a llevarla hasta los 40 años) se pierde cuando se llega a los 60; y de ahí en adelante, salvo raras excepciones, empiezan los problemas con la salud. Aunque repito, que a mí me llegaron un poco tarde. Y me da risa cuando los amigos —que me aconsejan hacer tal o cual cosa— me aseguran que después de hacer lo que me recomiendan volveré a ser el hombre que siempre he sido. Gracias, amigos, pero francamente no creo para nada en sus fáciles soluciones.
Nadie puede hacer retroceder el calendario. “El hombre que vendió su Ferrari”, famosa novela en la que un gran abogado estadounidense, de unos 50 años de edad, se va al Himalaya, y allá aprende con los sabios a ver la vida de otra manera: Y regresa convertido en un joven pleno de sabiduría, y dispuesto a enseñarle al mundo cómo se puede vivir una eterna juventud. Esa es una novela y nada más. Eso no lo podrá lograr ningún hombre en la vida real. En el Himalaya, en la India, y donde quiera que el hombre vive no podrá regresar a la juventud, después que ha envejecido. En chiricano dirían: “Esos son cuentos de velorio”.
El joven no puede tener la edad de un hombre maduro, ni el anciano puede regresar a la juventud. En ninguna parte del mundo van a ver a un viejo (de más de 80 años) romper records de velocidad en una carrera de atletismo. Lo único que podemos pedir a Dios es que la vejez no sea tan dolorosa, como suele ser. El gran poeta español Gabriel Zelaya dijo unos meses antes de morir: “La vejez es un naufragio”. Pero no perdamos las esperanzas:
• Goethe concluyó su Fausto a los 82 años.
• El Tiziano pintó sus obras maestras a los 98.
• Benjamin Franklin contribuyó a redactar la Constitución de los Estados Unidos a los 81.
• ¿Y qué hacían, después de los 80, Churchill, Picasso, Casals, y Ramón y Cajal? Se los dejo de tarea. P4
Publicado por: Juan B. Gómez
[Artículo Revista Placacuatro - 2da. edición 2011]
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