Se dice que en el ser humano, la gratitud es el valor mas efímero que pueda existir y saberlo comunicar debe ser mucho mas sentido que expresarlo, como usualmente se hace, mediante palabras que no han nacido profundamente del corazón.
El regalo que nos depara Dios cada amanecer cuando nos damos cuenta de que estamos vivos, no puede ser comparado con nada en el mundo y ese amparo recibido, por ese hecho, debiéramos agradecerlo con profunda humildad y enorme gratitud porque ello es consecuencia de la infinita generosidad y misericordia del Ser Supremo, que nos permite, una vez mas, disfrutar de tantas otras cosas bellas, que el mismo nos ha obsequiado, además de nuestras vidas.
Muchos opinan que la gratitud es un elemento de nobleza y dignidad que lamentablemente no es lo que prevalece en el hombre, muy por el contrario, lo innato y natural en el ser humano sería lo inverso, la esencia misma de la ingratitud… esta apreciación hace recordarme un ejemplo clásico narrado por Lucas (Lc 17-11-19) relacionado a los diez leprosos sanados por Jesús.
La lepra fue una cruel enfermedad, repugnante, destructiva e incurable, de aquella época, que causaba un aislamiento total al afectado, tanto de su familia como de la sociedad… tan rigurosa era la prohibición para evitar el contagio, que cuando alguien se aproximaba a un leproso, este debía, a distancia gritar: “Inmundo” para que nadie se le acercara. Vivir con aquella enfermedad era punto más o menos, padecer una prolongada experiencia de muerte diaria… no existía medicina ni médico humano alguno, que pudiera poner fin a tan horrible mal. Pero un día, diez de aquellos leprosos tuvieron contacto con Jesús y le pidieron que curara su mal. "Ten misericordia de nosotros" dijeron.
Jesús les ordenó caminar hasta donde estaban los sacerdotes, pues ellos iban a dar fe de sus curaciones, como en efecto sucedió, pues aún caminando hacia el lugar indicado ya su piel se había limpiado. Uno de los samaritanos volvió a glorificar a Dios y rostro en tierra, dio gracias a Jesús. Este le preguntó; “no son diez los que fueron limpiados, y los otros nueve ¿dónde están?” A ninguno, excepto a este extranjero, se le ocurrió regresar a dar gracias por su curación.
Un autor anónimo expresó su sentimiento de gratitud en la siguiente forma:
“Es maravilloso Señor, tener mis brazos perfectos, cuando hay tantos mutilados. Mis ojos mirando con total pulcritud, cuando tantos no tienen luz. Mi voz cantando, cuando otros mendigan.
Es maravilloso Señor, volver a casa, cuando tantos no tienen a donde ir. Es bueno sonreír, amar, soñar, vivir, cuando hay tantos que odian, lloran y mueren sin haber vivido la vida.
Es maravilloso Señor, tener un Dios para creer, cuando tantos no poseen una creencia. Es maravilloso, sobre todo, tener tan poco que pedir y tanto que agradecerte”.
Conozco de otro agradecimiento realizado por una pobre mujer que escribió una carta a Dios en un sobre el cuál, con temblorosa letra, no contenía dirección postal alguna y como la misma no podía ser enviada, el compasivo empleado del correo dispuso abrir el sobre y esto fue lo que leyó:
“Querido Dios: Soy una mujer viuda de 84 años, que vive de una pequeña pensión. Ayer alguien me robó mi cartera en donde tenía 50 Balboas, el saldo que me quedaba de mi última quincena, y ahora no tengo mas remedio que esperar hasta el próximo cheque y así poder comer, y no se que hacer. El próximo domingo es Navidad y había invitado a cenar a dos amigas mías, pero sin dinero voy a tener que cancelar todo, pues no tengo ni siquiera para mi comida diaria. No poseo familia y tú eres todo lo que tengo, mi única esperanza. ¿Me podrías ayudar?.
Gracias,
Marta
Fue tal el impacto que la carta causó al empleado del correo que este decidió mostrarla a sus compañeros que haciendo un gran sacrificio, porque los pobres son muy mal pagados, recogieron 38 Balboas los cuales metieron en un sobre y se lo mandaron a la residencia de Marta, la remitente, con un mensajero.
Pasada la Navidad llegó a la oficina de correos otra carta, dirigida a Dios, sin más dirección, igual que la anterior, que también los empleados abrieron y con gran curiosidad escucharon lo que decía:
“Querido Dios: Con lágrimas en mis ojos, y con todo el agradecimiento de mi corazón te escribo estas líneas para decirte que hemos pasado, mis amigas y yo, una bella Navidad… Gracias por tu benevolencia para con nosotras y en especial conmigo…
Gracias mi Dios querido… (por cierto faltaban 12 Balboas, pero no es nada importante, fijo que se lo robaron esos “hijoeputas” del correo)…
Marta
…¡Zape micho, vieja de mierda!... P4
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