sábado, 31 de diciembre de 2011

COLUMNAS - Columnista Invitado

Por: Carlos Humberto Cuestas

Las primeras imágenes que vuelven a mi mente al pensar en mi tío Juan B. Gómez, son las del joven estudiante de la Universidad de Panamá, en sus pininos como colaborador del Ecos del Valle, vestido con una guayabera crema, pantalones oscuros de pliegues, correa negra y hebilla dorada, atuendo muy en boga a finales de los años 50, cuando yo comenzaba a tener uso de razón.
Recuerdo los domingos, las agradables conversaciones con Raúl y Chefita, mis padres, saboreando unos whiskies en las rocas en el portal de la casa, antes de sentarnos todos a la mesa a disfrutar de un delicioso almuerzo, siempre con la vivacidad de sus anécdotas y su contagioso humor, y otras veces, en casa de mis abuelos Abel y Blanca, con sus otros hermanos Abelito, Julio, Godo, Carlos y Guido, hablando de todo: de política, de trabajos y proyectos y también de la vida cotidiana de los personajes de David, que en aquellos años, apenas si superaba los 20 mil habitantes.
Juanito, como le llamaba Chefita, —su hermana mayor y también su primera maestra, quien le enseñó a leer y escribir—, era el intelectual de la familia, el orgullo de todos.
Desde pequeño mostró amor profundo por los libros, de ellos obtuvo una cultura universal, que junto a su facilidad de palabra y natural don de gentes, le sirvieron de mucho al excelente periodista en que se convirtió, al fino diplomático que nos representó y al promotor cultural, quien siempre fue.
En mis años de madurez, pude disfrutar plenamente de su compañía.  Hablamos de tantas cosas, de tantos personajes históricos, de tantos episodios literarios (Juan B. recordaba perfectamente la humanidad de cada personaje de sus novelas, como si acabase de leerlas); intercambiamos informaciones, libros, anécdotas, uno que otro consejo jurídico y tantas historias; hasta secretos que no podré nunca revelar; pues para eso son los confidentes.
Cuando íbamos a publicar nuestros libros, yo le di a leer los manuscritos antes que a nadie y escuché siempre sus juicios certeros; él me consultó sobre cuáles artículos debía contener
su antología sobre los 50 años de su profesión de periodista. Establecimos una comunicación extraordinaria, solamente interrumpida por su adelantada partida, para lo cual me consta, se preparó con la sabiduría del hombre superior que siempre fue: generoso, amigo de los amigos; de los poderosos y de los humildes; desapegado de los bienes de fortuna, ligero de equipaje por la vida...
Nos dejas un gran vacío Juan B.  Hasta siempre... Un día volveremos a reanudar nuestras conversaciones.  P4

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