No me equivoqué de título... no era encantador ni encantadora de perros. El perro es el mejor amigo del hombre. De esto no hay duda, no concibo una infancia sin crecer con un can a tu lado, que te lama la cara cuando estás triste o enfadado, que ilumine tu día cuando crees que nada es posible y sobre todo, que sea tu cómplice de travesuras y te acompañe a explorar en tus aventuras. Un ser que da tanto amor a cambio de nada, solo una caricia que le demuestre cuánto lo quieres. Mi mundo está rodeado por estos increíbles animales, es más, puedo ver a un sarnosito, callejero o Tinaker, y me dan ganas de traérmelo a vivir conmigo. Ha sido así, desde que tengo uso de razón. Tanto así que viviendo en la gran ciudad, estoy pensando en comprarme una casa con un buen patio y tener a todos los perros que me plazcan.
Voy a comenzar contándoles de mi primer animal adquirido oficialmente. Blanca como la nieve, tierna, pero rebelde. Así era Morita, una French poodle que me regaló mi abuelita cuando tenía unos seis años, con la que compartí mi infancia y adolescencia. Conocí todo lo que necesitaba saber, mientras esperaba ansiosa a "Morita". Y debo decir que lo tomé tan en serio, pues hasta el nombre me lo copié de un libro con el que me preparó mi abuelita antes de adquirir la mascota. Eso es lo que recuerdo. Pero, ahora de grande, al recordar la historia, dice mi abuelita que me la regaló porque yo me la pasaba: "Abuelita, regálame un perro", y su corazón no pudo negarme la oportunidad de criar a uno. Antes recuerdo que hubo algunos canes en mi casa, pero estaba muy pequeña, pues no me acuerdo de sus nombres, sé que algunos enfermaron y murieron. Otros se escaparon de casa, como le pasó a Beaufort, una Pastora Alemán preciosa, cuyo nombre le pusimos entre mis hermanas y yo, ya que antes de traerla nos habían dicho que era macho, y para sopresa de mi papá, el día que llegó a casa, vio al supuesto machito orinando como hembra... pero ya el nombre estaba elegido.
Morita y Beaufort eran compinche. Tan traviesas, que le abrías el portón y se iban corriendo como alma que lleva el diablo. Esto sucedía frecuentemente, pero siempre había un alma piadosa que las regresaban, otras veces los buscábamos en el carro. Pero un día, desafortunadamente Morita llegó sola, sin Beafourt. Fue uno de los días más tristes de mi niñez. Debido a mi tristeza, mi abuelita (que ya me había regalado a Morita) me vió tan afligida que decidió regalarme otro perro grande, para que acompañara a Morita. Así que me llevó a Boquete, donde tiene su finca, a elegir a Sasha, una bella cachorra Pastor Alemán que se robó el corazón de todos. Luego vino Buffy, producto de la segunda orgullosa camada de cachorros de Sasha, con un perro Pastor Alemán bellísimo.
Mi papá sabía que había que conservar alguno de estos cachorros. En este intermedio, pasó lo temible. Me fui a estudiar a la ciudad de Panamá, así que no veía frecuentemente a mis mascotas. Ya Morita tenía 14 años y yo recién iba a cumplir 20. Y es que nos encariñamos con nuestras mascotas de una forma inimaginada, pero lamentablemente llega el momento de decirles adiós. Llegué de Panamá y Morita fue atacada por un sapo, tratamos de luchar para salvarle la vida, llamamos al veterinario a las 6:00 a.m. pero fue en vano, él trató con todo, hasta le inyectó el corazón. Entró en una especie de coma, y regresó a casa, nos dijo que había que esperar, así que confiamos que todo estaría bien, pero no respondió, esta vez fue en serio, puesto que no era la primera vez que se enfrentaba a la muerte y la vencía. Me dijeron que los perritos nos cuidan de posibles tragedias, y siempre he pensado de mi Morita me salvó de muchas cosas malas. Al escribir este relato, estoy llorando. No puedo evitarlo. Entonces me prometí no entregar mi amor a otra mascota.
Luego murió Sasha, y yo estaba muy lejos, así que no me pegó tanto, y ya ella estaba viejita. Nos quedamos con Buffy, criado por mis padres, era un perro que tenía un futuro prometedor, hasta lo llevaron a entrenar. Pero tampoco tuvimos suerte, no prestaba mucha atención y una vez trató de atacar a mi hermana. Si mi mamá no mete la mano, quien sabe lo que hubiera pasado. Sugierieron que lo sacrificaran y que lo regalaran, pero me opuse y mi padre no dejó que sucediera. Así que se quedaron con él. De allí, la lista sigue... una compañera de universidad en Panamá, escuchaba mis historias de los perros de la familia. Conmovida llegó un día con una poodle colonense, preciosa. Pero no la podía tener en el apartamento, así que decidí llevarla para mi provincia para un Día del Padre. Cuando llegué, mi papá no quería saber del animal. Luego accedió a cuidarla si le ponía Zizou, como su estrella de fútbol favorito y se hicieron súper amigos.
Buffy pasó a mejor vida de una forma extraña, que aún no me han podido explicar, pues no era tan viejo como para morir. A los años, Zizou también falleció, una fatídica noticia que me causó muchísima tristeza, pues la poodle tenía la capacidad de hacerse querer, hasta del más gruñón y nos enseño a todos lo simple que puede ser la vida, si nos lo proponemos. Luego, mis padres encontraron a una perrita abandonada a su suerte, y la adoptaron. Le pusieron Dobber, ya que es una extraña mezcla entre Doberman y Pastor Alemán. Es excelente con los niños y buena cuidadora, para nada agresiva. La historia no ha terminado. Hace unos meses me regalaron un labrador negro, al que pusimos Gottem, de pelaje negro brillante, era el perro más lindo que había visto. Mis días se iluminaron, olvidé todo y volví a entregar mi corazón. Pero, surge la pregunta... ¿cómo uno puede criar a un perro en un apartamento de 95 metros cuadrados? Fácil... sacándolo a pasear y dejando que te dañe lo poco que has podido comprar, ¿a qué precio? Pasaron dos meses con Gottem, los más increíbles de mi vida, pues la emoción de tener un perro en la ciudad, era enorme. Pero lamentablemente tenerlo se había convertido en un problema, pues me arrastraba al pasearlo, lo mordía todo, se trepaba en la cama, regaba las plantas y la tierra la ponía de alfombra... y la lista sigue. Con toda la tristeza de mi alma, llamé a mi abuelita y le dije que si quería a mi mascota. Ella de lo más alegre lo mandó a buscar, al principio Gottem se adaptó a su finca de lo mejor. Pero no pudo con sus travesuras. Y allí estamos, el perro, de nuevo en la casa de mis padres, donde vivieron Morita, Sasha, Buffy, Zizou y ahora Dobber. ¿Podrán convivir con el labrador sin tener que echar de la casa a la pobre Dobber, que no ha hecho más que querer a mis padres? ¿Podré tener el perro de mis sueños algún día en mi pequeño departamento? P4
[Artículo Revista Placacuatrio - 2da. edición 2011]
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