Por: Klenya Morales de Bárcenas
Con todo el respeto que me merecen los Padres de la Patria, sus gritos de independencia y la tinta derramada sobre la soberanía nacional, creo que el capítulo de los Mártires de enero es una historia épica, es la verdadera guerra de la independencia de este suelo y la diferencia entre lo que teníamos cuando ellos crecieron y lo que nuestros hijos vivirán.
Yo nací 11 años después de 1964 y realmente entré en contacto con la historia de los mártires en cuarto año de secundaria, cuando mi profesora Adelaida “Lala” de Amador me dictó la clase de Historia de las Relaciones de Panamá con Estados Unidos. Entonces yo tenía 15 años. Hoy esa clase ya no se da en nuestras escuelas. Pero como siempre he dicho, las cosas que nos interesa que nuestros hijos sepan, debemos enseñarlas nosotros mismos en lugar de confiar en el sistema. Mis padres no me enseñaron de manera entusiasta sobre este pedazo de la historia, quizás porque suficiente historia se estaba escribiendo a finales de los ochenta en nuestras propias vidas, luego de 21 años de régimen militar. Pero me queda la duda del cómo hubiera percibido yo la entrada del ejército estadounidense a suelo patrio si hubiera conocido mejor los detalles de la turbulenta historia entre los E.U. y Panamá.
No sé si ustedes se sentirán igual, esto es una apreciación muy personal, pero como chiricana siempre me he sentido al margen de la historia panameña, y ni hablemos de la historia del Canal de Panamá. Por la distancia, las difíciles comunicaciones y la idiosincrasia de mi provincia, siento que hemos sido una especie de nación aparte. Pero los hechos del 9 de enero, desde que entendí la magnitud de aquel dolor nacional, siempre me ha causado un especial sentimiento de empatía con mi país. Pienso en que aquellos muchachos no salieron esa mañana pensando que lo que sus madres volverían a ver de ellos eran sus cuerpos sin vida. Eran unos niños, que quizás no entendieron el impacto de su muerte en los destinos del país. No imagino unos Tratados Torrijos-Carter, una Administración del Canal 100% panameña ni una bandera ondeando sobre todo el territorio, sin la sangre de los estudiantes que no soportaron ver el menosprecio de su bandera por los soldados extranjeros.
El mío no es un llamado al odio ni al enfrentamiento entre generaciones. Es simplemente a que contemos una historia, así como repetimos Cenicienta o la Ilíada o qué se yo. Creo en el conocimiento y en hacer las paces con la historia de cada quien. Pero me parece imposible hacer las paces con un pasado que no conoces, que niegas o que te ocultan. El ejército del presidente Lyndon Johnson, que ascendió al poder luego del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, abatió y asesinó a estudiantes panameños, desarmados, en suelo panameño, por tratar de izar una bandera según acuerdos previos entre los dos países.
Nuestro presidente en ese momento, Roberto Chiari, rompió relaciones diplomáticas con el país más poderoso del planeta, quienes habían ganado una Guerra Mundial y colocado su bandera en la Luna. Creo que es tiempo ya de que dejemos de esperanzarnos en nuestro sistema educativo para crear conciencia de patria. Hablemos de qué pasaba en el país en ese momento. Digamos lo que sentimos y dejemos que los muchachos formen sus opiniones. Mostrémosles fotografías. Debatamos. Preguntémosles a los mayores. Documentemos sus respuestas. Recordemos a esos chicos que no pidieron morir. Que tenían sueños. Y que cubrieron con su sangre las bases de nuestra soberanía. Que sus muertes no hayan sido casualidades históricas.
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